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Las discusiones de economía y política no son ajenas a nuestro diario quehacer. La Universidad, en tanto que formadora de profesionales, está en la obligación de inculcar una idea renovada de empresa: en donde la búsqueda de beneficios monetarios marche a la par de la preocupación por las personas que hacen posible dicho propósito.

 

Ante la pregunta ¿es posible la humanización de la economía y la política?, nuestra respuesta tiene que ser un sí radical e intransigente. Recordemos que, según la RAE, transigir se define como “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”; infortunadamente las discusiones económicas y políticas, que interpelan nuestra vida cotidiana, se caracterizan por esa transigencia propia de la apatía y la tendencia a la comodidad que se traduce en evasión de las cuestiones sociales más apremiantes.

 

Para ello, el clásico tándem oferta-demanda necesita ser reinventado en forma de dar-aceptar en donde se haga especial énfasis en el compromiso que cada persona puede llevar al escenario de intercambio; no se trata pues de un intercambio impersonal de equivalentes, por el contrario, el mercado también puede reivindicar su función de encuentro entre personas, aún desconocidas.

 

Las actividades productiva y comercial orientadas sólo bajo el propósito crematístico abren la puerta a conductas por mucho ineficientes: engaño, competencia desleal, publicidad engañosa, contrabando y muchas otras. El resultado es un mercado oferente de cosas al que acude un comprador que se lleva una mercancía bajo condiciones de incertidumbre y desconfianza. La perspectiva de una actividad económica más humana permite ensanchar la noción de mercado para abrirle el amplio mundo de posibilidades que ofrece el reconocimiento del otro, la confianza y la disposición a emprender acciones comunes.

 

En el escenario político sucede lo mismo: predominio de intercambios mediados por la medida utilitarista que privilegia el interés propio y cortoplacista en detrimento del interés común. Tanto la economía como la política exigen innovaciones: los estudiosos de ellas pero sobre todo quienes las padecemos a diario, tenemos la obligación con carácter urgente de pensar, discutir y construir mejores condiciones que hagan de las personas el auténtico centro de atención: la obligación consiste en dar a los seres humanos la importancia que tienen en menoscabo de la condición de deidad que se le otorga a las monedas y a los votos.

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