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Pasado el mediodía del viernes, el aeropuerto de la capital chocoana fue bloqueado por manifestantes. Las personas se tomaron la pista y la convirtieron en sitio de recreo, se improvisaron carpas, cancha de fútbol y se instaló una cocina colectiva dotada de utensilios y víveres ingresados por una furtiva camioneta.

 

La televisión nacional del viernes en la noche otorgó escasos minutos a reportar el hecho. Las noticias del sábado fueron colmadas por el histórico triunfo del deporte nacional, el desfile militar y la instalación de sesiones del Congreso de la República.

 

La Colombia central se regodea en el orgullo patrio mientras la periferia explota: Caucasia, Quibdó y Tibú también son noticia pero los medios masivos de comunicación han decidido otorgarles pocos segundos de importancia.

 

La presidencia arremete contra un senador, denuncia infiltraciones y declara estar jugada por la paz; la escena no es casualidad: mientras poblaciones enteras sufren las consecuencias de las torpezas presidenciales, los mensajes del inquilino del Palacio de Nariño se caracterizan por un elegante desparpajo.

 

Al rumbo errático de los maquinistas de las locomotoras de las prosperidad se le opone una movilización social con objetivos claros y medios abundantes para permanecer días o semanas (indignación ciudadana y campesina sumada a los recursos de dudosa procedencia para garantizar la logística -camisetas, transporte, alimentación- que envidiaría cualquier campaña electoral).

 

La valentía militar tiene límites y no podemos seguir pensando en que todo aquello que la televisión muestra en segundos son hechos aislados que resuelve el uso de la fuerza. Es necesario despertar del letargo para conocer y reconocer el potencial ciudadano que existe en la Colombia periférica.

 

Ahora bien, la arrogancia no es exclusiva del gobierno nacional. Las gentes capitalinas -en Bogotá, Medellín, Cali o ciudades caribeñas- también incurrimos en esa actitud de esgrimir tecnicismos y discursos bien elaborados para ocultar la enorme ignorancia que nos caracteriza.

 

Como ciudadanos de la Colombia central, estamos obligados a enfrentar el caos actual (y el que se avecina) desde un mínimo conocimiento de las reclamaciones periféricas. No podemos escudarnos en el sofisma de la presencia de fuerzas oscuras, pues corremos el riesgo de ser cómplices de la construcción de un nosotros-contra-ellos en el que todos salimos perdiendo.

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