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Soy psicólogo, y hace algunos días por cuestiones de trabajo tuve que leer, eso sí, sin muchas pretensiones de comprender, el Plan Nacional de Desarrollo (PND).

He de confesarles, que mi primera impresión fue lamentar que no hay mención alguna a la psicología y solo una a la salud mental. Sin embargo, pronto caí en cuenta de que mi punto de partida en la lectura debería ser otro, uno controversial pero necesario: la psicología es una ciencia antes que una profesión de ayuda.

Ante todo, la psicología tiene un encargo -poco conocido- que es más parecido al de la física o la biología, que al del trabajo social, la medicina o la terapia ocupacional.

Esto significa que la psicología posee conocimiento genérico sobre un aspecto de la realidad que podríamos llamar la ‘vida psíquica’ de los seres humanos. El psicólogo sabe qué pasa ‘por la cabeza’ de las personas cuando están tomando decisiones o llevando a cabo una acción, en cualquier ámbito o contexto de la vida cotidiana.

Así entendida, la importancia de la psicología va más allá de prevenir o curar enfermedades mentales, o de buscar que las personas se sientan tranquilas y felices; su aporte sustancial en realidad radica en que, siendo una ciencia, tiene un tipo de conocimiento que puede aportar transversalmente a la solución de múltiples problemas públicos.

Entonces, con un café caliente, la cabeza fría y el ánimo renovado, empiezo a ver múltiples oportunidades en una segunda lectura de este PND.

Veo, por ejemplo, que la psicología puede aportar conocimientos sobre cómo generar espacios de movilización social, los psicólogos saben qué son y cómo se cambian las creencias, prejuicios o estereotipos, y cómo se promueve la empatía y la toma de perspectiva ajena. Entonces tal vez podrían aportar a iniciativas como la construcción del mecanismo no judicial de contribución a la verdad (art. 12), o del sistema nacional de igualdad y equidad (art. 56); o al esfuerzo de prevención de actos de discriminación a la población LGTBIQ+ y a la equidad de género (arts. 94, 274, 276).

Veo también que podrían contribuir en políticas orientadas a la resolución de conflictos en materia de conciliación, promoviendo el reposicionamiento de los funcionarios públicos en torno a nociones tradicionales de infancia, género, raza, discapacidad, entre otros (arts. 161 y 162; 282, 283, 285).

Pero resulta que los psicólogos también saben de aprendizaje y de cambio de prácticas, lo que sería seguramente muy importante para generar estándares de calidad para la educación formal, articulados con una visión de inclusión (arts. 100, 101, 115), así como programas de educación ciudadana, orientados a la protección animal o ambiental (arts.19, 20, 21); y, en esa misma vía, seguro podrían aportar al diseño de programas para fortalecer capacidades de cuidadores de niñas y niños, personas con discapacidad y adultos mayores (art. 86).

Y luego recuerdo que también pueden aportar una visión sobre la diversidad psicológica, lo cual podría contribuir en el diseño de cualquier política orientada a la inclusión (artículos 60 y 61 y 65), y, por qué no, brindar de paso herramientas útiles para atender a esta diversidad sin derivar en la perversa lógica de los tratamientos farmacológicos.

Pero, como si fuera poco, seguro los psicólogos podrían también plantear mecanismos de apropiación de políticas públicas, directrices y regulaciones para la materialización de las reformas propuestas, empezando de hecho por los tomadores de decisión y por quienes las implementan en territorio.

¡Ah y tal vez podrían decir algunas cositas sobre salud mental! (art. 281).

Se acaban entonces el café y la lectura, con la esperanza de que alguien note pronto que necesitamos del conocimiento científico de la psicología, si es que en realidad pretendemos impulsar genuinas transformaciones de esta maltrecha sociedad colombiana.

 

René Bautista

Universidad Ean

La salud mental: una pandemia oculta 

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