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Un viejo adagio popular afirma que las comparaciones son odiosas y tiene razón porque la comparación afecta nuestros niveles de felicidad. Actualmente, la pandemia ha permitido un escenario de reducción de las comparaciones para concentrarse en los conceptos de logro personal y bienestar familiar.

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Los departamentos de Gestión Humana de varias organizaciones han descubierto que cuando los trabajadores conocen los salarios de sus compañeros y jefes, se pueden engendrar conflictos y mal clima laboral. El fenómeno de comparación sobre esfuerzos, productos, nivel jerárquico y remuneración es constante, afecta la productividad y rentabilidad de la empresa.

Numerosas firmas deciden estipular contratos en los que empleador y empleado se comprometen a guardar confidencialidad de los salarios pactados. Esto asombra a mis estudiantes, quienes afirman que no estarían pendientes del sueldo de otros y consideran exagerada la situación; pero al recibir sus calificaciones, observan la propia e inmediatamente buscan las de sus compañeros. En tiempos de pandemia, con clases remotas, confiesan intercambiarlas por WhatsApp.

La comparación produce resultados interesantes en cuanto a la felicidad. Aprobar con 3,0 (en la escala de 0,0 a 5,0) tiene resultados diferentes, que están en función de lo que sacaron los demás. Cuando la mayoría del grupo pierde el parcial implica alegría y entusiasmo extremo; pero el mismo 3,0 es objeto de malas expresiones y actitudes si el resto del grupo obtuvo notas de 4,0 o 5,0.

Esto significa que obtener un 3,0 no es bueno o malo por sí mismo. Es excelente si los demás no aprobaron, es pésimo si los demás tuvieron notas altas. Se puede concluir que la felicidad académica no depende de los resultados propios sino de los ajenos.

Igualmente, alcanzar un 5,0 es gratificante y motivo de orgullo cuando nadie más lo recibió, pero si la mayoría lo obtuvo su efecto es mucho menor. Científicamente el tema es conocido bajo el nombre de Paradoja de Easterlin, un tema relevante y objeto de estudio de mi seminario Economía de la Felicidad.

La paradoja explica que cuando un individuo incrementa sus ingresos dentro de la sociedad se siente muy feliz, pero si es la sociedad la que aumenta en conjunto su ingreso, el nivel de felicidad del individuo y de la sociedad se mantiene casi invariable. Todo esto es resultado de una tendencia malévola a la que estamos acostumbrados desde pequeños: la comparación social.

«La pandemia, con todos sus efectos negativos, ofrece una oportunidad para cultivar cambios culturales que permitan valorar con intensidad las relaciones sociales y familiares, aprendiendo a relacionar la felicidad con los propios logros, sin requerir de colocarlos en una balanza relativista».

Se crece comparando la estatura, los colores con los compañeros de pupitre, la cantidad y calidad de los juguetes con los de los primos –siempre hay alguno capaz de disminuir nuestra felicidad-, y más adelante se comparan las notas, el número de viajes, la belleza, los títulos académicos, los carros, las relaciones de pareja y, por supuesto, (entre muchos otros temas) los bienes y los salarios.

El concepto de logro social hoy, en medio de una crisis llena de miedo, enfermedad y muerte se encuentra más ligado al bienestar y la salud familiar, que a la obtención de más y mejores bienes. En condiciones de confinamiento y aislamiento se hace más difícil compararse. La pandemia, con todos sus efectos negativos, ofrece una oportunidad para cultivar cambios culturales que permitan valorar con intensidad las relaciones sociales y familiares, aprendiendo a relacionar la felicidad con los propios logros, sin requerir de colocarlos en una balanza relativista.

Mientras que los mayores podrían olvidar hábitos comparativos malsanos, los menores tienen menos riesgo de desarrollarlos en el contexto de aislamiento. Es deseable liberar inútiles energías comparativas para apreciar los escasos momentos de relacionamiento social, concentrarse en la salud propia y en el bienestar familiar. Una nueva publicidad se requiere a gritos, su papel y el de las costumbres propias son fundamentales si se quiere fomentar una cultura edificante y sostenible, pero las políticas públicas brillan por su ausencia en esta temática.

Una pregunta bajo dos escenarios puede ayudar a identificar su grado de comparación. ¿Preferiría ganar un sueldo de $5.000.000 mensuales cuando en promedio los demás están ganando $7.000.000, o escogería un salario de $4.000.000 cuando los demás ganan en promedio $3.000.000?

Mis estudiantes dicen que elegirían el primero, pero se necesitará de monitoreo para asegurar la veracidad de sus respuestas. Y usted ¿cuál escenario prefiere?

Andrés Gómez León
Docente de la Facultad de Administración, Finanzas y Ciencias Económicas
Universidad Ean

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