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En las sesiones de coaching, desde los diferentes casos que me llegan, he observado que uno de los temas claves que las personas desean trabajar en su autoestima, y que esta autoestima no depende de su profesión, dinero, cargos, apellidos, bienes materiales, sino desde conocerse realmente así mismo, dado que la mayoría de las personas no son muy conscientes de la autoestima y se termina confundiendo con el ego.  Pero la autoestima, es reconocerse a sí mismo como la expresión perfecta del amor de Dios en cada ser humano.  La autoestima, desde sus diferentes áreas, puede lastimarse y la gente no se da cuenta.

En esta ocasión me voy a referir a la auestima en la adolescencia.

La adolescencia es uno de los periodos más críticos para el desarrollo de la autoestima; es la etapa en la que la persona necesita hacerse con una firme identidad, es decir, saberse individuo distinto a los demás, conocer sus posibilidades, su talento y sentirse valioso como persona que avanza hacia un futuro, independientemente sí posee bienes materiales o proviene de apellidos de abolengo.  Solo por el hecho de existir, su valor ya está reconocido. Son los años en que el niño pasa de la dependencia a la independencia y a la confianza en sus propias fuerzas. Es una época en la que se ponen sobre el tapete no pocas cuestiones básicas:  la vocación, su pasión, a lo que quiere dedicarse para ganarse la vida, de manera digna, en los principios básicos de la existencia, en la independencia de la familia y en la capacidad para relacionarse con el sexo opuesto. Y a estos aspectos hay que sumar todos aquellos conflictos de la niñez que no se hayan resuelto y que surjan de nuevo, conflictos que habrá que afrontar también.

En la ‘crisis de identidad’ se cuestiona automáticamente, incluyendo la opinión que de sí mismo ha adquirido en el pasado. Puede rebelarse y rechazar cualquier valoración que le ofrezca otra persona, o puede encontrarse tan confuso e inseguro de sí mismo que no haga más que pedir a los demás aprobación y consejos de todo tipo. Sea cual fuere su aproximación a su nueva identidad, el adolescente pasará inevitablemente por una reorganización crítica de su manera de apreciarse con el consiguiente cambio en su autoestima.   Por eso, el cerebro de un adolescente esta en un período de maduración, y es allí que es clave que los padres estén preparados para orientar su proceso de adolescencia, cosa que no sucede mucho, ya que los adultos, incluso habiendo vivido esta experiencia, poco saben como actuar o relacionarse con sus hijos.   

En una sociedad que vive de afán, a la carrera, donde se premia la rapidez y las cosas que toman tiempo se desechan, donde no hay tiempo para pensar, donde la pausa, el descanso, el tiempo para escuchar, se apaga, es necesario volver a replantear en la sociedad que es realmente lo importante y ¿cómo sería ralentizar?  Para que los adultos puedan acompañar a sus hijos y transformar el estilo de vida.

Una buena dosis de autoestima es uno de los recursos más valiosos de que puede disponer un adolescente, ya que al ser consciente de su valor como ser humano, aceptando tus circunstancias, y como eres, con una poderosa autoestima se desenvuelve en la sociedad con eficacia, construyendo relaciones asertivas, y siendo consciente de que esta capacitado para aprovechar las oportunidades que se le presenten, para trabajar productivamente y ser autosuficiente, posee una mayor conciencia del rumbo que sigue. Y lo que es más, si el adolescente termina esta etapa de su vida con una autoestima fuerte y bien desarrollada podrá entrar en la vida adulta con buena parte de los cimientos necesarios para llevar una existencia productiva y satisfactoria.

Pregunta del Coach:  giovannafuentes@yahoo.com

¿De qué manera dialogas con tus hijos?

¿Cómo te ves a ti mismo?

¿Qué opinión tienes de ti mismo?

¿De qué manera practicas la escucha activa con tus hijos y los demás?

¿Te escuchas?

¿Eres consciente de quien eres tu?  No desde tu profesión, dinero, cargo, apellidos y bienes materiales, sino como un ser digno, útil, transcendente y capaz.

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