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Lo he dicho varias veces: montarse en un avión para ir a otro país dejó de ser exclusivo y glamoroso, sobre todo si es en clase económica.

Hoy, emprender un viaje internacional implica llegar al aeropuerto con horas de antelación, pasar los controles de rigor, a menudo hasta dos veces en aeropuertos como Eldorado, al momento del check-in y cuando se ingresa al muelle.

A eso se le suman las horas de vuelo, la inmigración en el país de destino, las aduanas, las colas, la briega con las maletas y más tiempos de espera si hay que hacer escalas.

Pero todo eso con frecuencia palidece frente al trato de quinta que ahora recibe el pobre pasajero por cuenta de los ahorros en costos de muchas aerolíneas, sobre todo las estadounidenses.

Ya no se considera suerte que le toque a uno la salida de emergencia, que tiene un poco más de espacio para las piernas, porque simplemente ese espacio de más lo cobran: son unos 85 dólares más los que hay que pagar para medio estirarse o cruzar las piernas.

Y de la comida a bordo, ni hablar. Atrás quedaron las épocas de un menú bien presentado, con bebidas alcohólicas incluidas. Hoy todo se paga aparte, la comida y la cerveza, el vino, el whisky o el coñac.

Pero por si fuera poco, aerolíneas del estilo de Continental ofrecen como algo súper especial el servicio de televisión por satélite a bordo, solo que hay que pagar 5,99 dólares para ver TV en vuelos de menos de dos horas y 7,99 dólares para los de más de dos horas.

Como no hay que ser tacaños, y menos con el entretenimiento a bordo, que es lo que por lo menos le aleja a uno los pensamientos de desespero por la falta de movilidad en la silla, decidí hace unos días deslizar mi tarjeta de crédito para ver películas o programas en el trayecto de cuatro horas y media entre Houston y Bogotá.

Al principio, todo bien. Pantalla de buena resolución, buen sonido (con mis propios audífonos, que cargo para aquellos vuelos domésticos en EE. UU. donde ni siquiera música ofrecen) y una buena película.

Lo malo es que cuando terminó la cinta –cuyo protagonista es Liam Neeson, intenté ver Discovery Channel, CNN o Fox, los cuales había ‘canaleado’ mientras la aeronave correteaba en Houston– no pude ver ningún otro programa porque supuestamente el movimiento del avión hacía que la señal no entrara. ¿Acaso no estamos hablando de TV por satélite?

Por eso, de unos 150 canales que me motivaron a deslizar mi tarjeta, me quedé con la repetición de la película de Liam Neeson, Happy Feet y otros dos canales de películas, pero de SpeedTV, ESPN, Sony y demás, nada.

Esperé con paciencia un buen rato, y nada. Llegué a Bogotá, y nada.

¿Qué sucedió? No tengo ni idea. No me quedé a averiguar, pues en ese momento lo único que uno quiere es salir del avión lo más rápido posible para pasar inmigración, tomar un taxi y llegar a casa. Es más, ni siquiera llevo maletas por carga para no tener que esperar. Pero de la programación en TV, nada.

Por eso me gustaría darles un mensaje a los señores de la aerolínea en su propio idioma, simple y ‘a la pepa’: “I want my 7,99 bucks back!”.

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