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Siempre me ha llamado la atención la forma en que las encuestas influencian la toma de decisiones de las personas, sin importar el género, edad, nivel de educación, estrato o convicción. Sin lugar a duda, son una herramienta de persuasión muy poderosa, incluso, más que las propias ideas, ya que tienen la capacidad de alinear a multitudes en torno a cifras básicas y en tiempo récord. Tanto así, que son el principal elemento de propaganda presente en cualquier esfera, desde elecciones políticas de gran envergadura hasta en las historias de Instagram. Sirve para perfilar el futuro político y económico de un país y hasta para decidir qué hacer la noche del viernes.

Encuestas por Instagram

Tal poder ha sido digno de numerosas investigaciones que han permitido enlaces muy fuertes entre ciencias como la psicología y la economía. Por ejemplo, de este matrimonio han surgido grandes premios nobel, como Daniel Kahneman y Richard Thaler, quienes con sus contribuciones nos han permitido entender un poco más de cómo los seres humanos tomamos decisiones y de cómo no somos 100% racionales, para hacernos una idea.

Pero, ¿dónde radica el poder de las encuestas? La respuesta suele ser bastante simple. A los seres humanos no nos gusta perder. Para un individuo perder una unidad de algo tiene un mayor efecto que ganar la misma cantidad de lo mismo, tal como lo expone magistralmente Daniel Kahneman en Pensar Rápido, Pensar Despacio. Así, que las encuestas les dicen a los votantes cómo no salir del juego demasiado pronto. Perfila los posibles ganadores y los electores se centran en ellos.  Nadie quiere estar con los perdedores.

Como consecuencia de esto, se generan sesgos a la hora de tomar decisiones. Las personas primero se preguntan ¿quién creo que será el vencedor? Antes que ¿quién quiero que sea el ganador? Este cambio de pregunta abre un universo totalmente diferente a la hora de tomar decisiones. Ahora, estamos en un juego al mejor estilo de Jhon Nash y su mente brillante*. Mi decisión dependerá del movimiento de los demás. Puede que me guste un candidato, pero si hay un opositor con mucho poder en las encuestas y cuya propuesta me disgusta bastante, estaré dispuesto a cambiar mi voto por otro candidato con una mejor aceptación que el mío, solo para evitar que este llegue al poder. Así, todo se reduce a los conglomerados.

Cada candidato juega sus cartas y cada votante buscará al máximo reducir su probabilidad de pérdida. Aquí lo más importante no es ganar, sino no perder.

Pero este juego no se queda en lo político. Se replica día tras día en todo lo que hacemos y llega a generar una gran presión en el individuo por el miedo a no encajar con el promedio. Es más cómodo ir con la mayoría, tal como lo demostró el psicólogo estadounidense Solomon Asch, quien con un sencillo experimento reveló que las personas están dispuestas a ir en contra de la lógica con tal de no ir en contra de las masas, y nada mejor que las encuestas para decirnos qué piensan las multitudes.

 

* para más información, remitirse a la película ganadora del Oscar Una Mente Brillante, de Ron Howard.

 

@joseluisalayon

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