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Como es bien sabido, el Gobierno Nacional prepara desde 2015 un documento Conpes que traza la hoja de ruta del país en Ciencia, Tecnología e Innovación (CTi) en la próxima década. Las críticas por parte de científicos y académicos, bastante justificadas, no se hicieron esperar, pues el documento claramente subordina la ciencia, la tecnología y la innovación a la competitividad, es decir que la inversión en investigación, en desarrollo, tecnología e innovación (I+D+i) es solo un medio para lograr un fin al que denominan (sin mucha claridad) competitividad.

El resultado del documento Conpes parece responder a un afán (una obsesión): que el país entre en la OCDE, pero esto no será posible si Colombia sigue invirtiendo en I+D+i lo mismo que hace 21 años: 0.2% del PIB, cuando el promedio OCDE es 2.4% del PIB. Con esta cifra no solo no se genera conocimiento propio, esencial para la generación de innovación y lograr competitividad, y en general desarrollo económico, sino que no se forman los doctores que el país necesita, pues tenemos un déficit bastante alto respecto a países de la región como Brasil o Chile, el país necesita 3.000 doctores por año (según cifras de Colciencias) y están entrando al mercado laboral cerca de 400 anualmente.

La evidencia empírica sobre crecimiento y desarrollo económico dejan ver que  el país no ha dado el salto en materia de inversión en educación, investigación, desarrollo, ciencia, tecnología e innovación (I+D+i). Pero si Colombia solo hasta recientes años ha podido empezar a estructurar algo relativamente más simple como es construir puentes, puertos y carreteras (hasta Ecuador en eso nos lleva ventaja), es muy poco probable que en el corto plazo  pueda enderezar el camino en materia de desarrollos científicos y tecnológicos, y que esto se convierta en la base sólida de un crecimiento y desarrollo económico sostenido.

La evidencia sugiere que los países de mayor crecimiento fueron primero industrializados y luego desarrollados. Basaron su crecimiento en una fuerte inversión en talento y capital humano, en educación y en I+D+i. Aquellos países líderes en exportadores de vienen y servicios de alta tecnología, son también los países que más han invertido en las últimas décadas en I+D+i como porcentaje del PIB y que más investigadores dedicados a investigación y desarrollo tienen por millón de habitantes. Solo en 2013 la inversión de Israel y Corea, por citar dos ejemplos, estuvo cerca  del 4% del PIB.

Los países que más han exportado bienes de alta tecnología logran mayores excedentes netos al productor, generan mayor riqueza y en consecuencia mayor recaudo para la inversión social. Estos países han basado su crecimiento hacía “afuera”, pero vendiendo lo que el resto del mundo necesita y no puede sustituir: la tecnología y los bienes con alto valor tecnológico.

En Colombia, en contraste, el crecimiento hacia afuera ha estado basado en productos agrícolas y en commodities (petróleo y carbón principalmente). Ambos sectores con bienes de poco valor agregado y con bajo volumen de personal altamente cualificado y bajo impacto en materia de generación de empleo de calidad. El panorama poco halagüeño lo completa la industria que ya no representa gran proporción del PIB, y sólo genera cerca del 12 % del empleo nacional.

La tal  “desindustrialización” de la que tanto se habla y que a juicio de muchos vive hoy el país no es más que el resultado de la sustitución  de la inversión en educación e I+D+i por  la destinación de recursos –tanto públicos como privados– a todas las formas posibles de extracción de renta asociadas a la tierra.

Para completar la “competitividad” de las exportaciones del país siempre ha estado basada en un tipo de cambio favorable, nunca en la productividad de los factores ni mucho menos en la producción de bienes tecnológicos que exija la demanda de científicos y personal altamente calificado.

Pero la falta de inversión en I+D+i no es solo un asunto de la empresa privada, que hoy pone el 30% de los recursos para tal fin, de esto es también responsable la falta de una política pública coherente y consistente con la evolución tecnológica del mundo. No es gratuito que Colombia ocupe los último puestos tanto en inversión en I+D+i como en número de investigadores dedicados a I+D+i por millón de habitantes, y la consecuencia es que ocupa los últimos lugares en solitud de registro de patentes.

Corea del Sur, Singapur, China, incluso Brasil, han entendido que para ser desarrollado primero hay que ser industrializado y apostaron por alta inversión en educación como porcentaje del PIB e inversión en I+D+i. Han comprendido que se puede sustituir el café, la caña, el carbón y el petróleo; pero además también entendieron que los desarrollos científicos y la innovación, traducidos en tecnología, en  inventos y en medicamentos que mejoren la vida de las personas en el resto del mundo no tienen sustitutos.

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