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Por cuarta vez en los últimos 32 años –1982, 1992, 2001, 2012– somos testigos de una nueva ronda de conversaciones de paz entre el gobierno nacional y las FARC. Pero la experiencia siguiere que con el paso del tiempo las FARC han evolucionado nada y su discurso sigue siendo el mismo de hace 50 años, nada acorde con la evolución vertiginosa del mundo y de una realidad opuesta a sus creencias y convicciones. Esta dinámica de las últimas tres décadas se volvió un juego repetido y el tema central en todo juego dinámico es el de la credibilidad de las partes.

 

La pregunta entonces es ¿qué tan creíbles serán las acciones y la voluntad de las FARC para negociar la paz? El resultado de las anteriores rondas de negociación son un buen predictor de lo que puede pasar en el futuro. Más aún, a esta altura nada indica que el país deba confiar en un grupo que sostiene que no secuestran, que no tienen secuestrados y, peor aún, que hasta la semana pasada sostuvo que no tenían relaciones con el tráfico de droga, pero que increíblemente en un ataque de sensatez (y contradicción)  acuerdan “terminar cualquier relación con el narcotráfico en un escenario de posconflicto”. Debemos ser escépticos  y  no perder de vista que en La Habana están los dueños de la marca, no los dueños del negocio.

 

Con este nuevo intento de negociación las FARC resucitan, de estar arrinconadas militarmente y completamente desprestigiadas políticamente, pasan a tener el estatus de beligerancia que los convierte en contraparte válidas para negociar, con la posibilidad de que el llamado Marco Jurídico para la Paz les perdonen sus crímenes y de premio los lleve al Congreso de la República para diseñar el país que quieren, un país ajustado a sus anacrónicas convicciones, a su distorsionada realidad y, claro está, a sus intereses económicos y políticos, cosa que es probable en un segundo período de la Unidad Nacional en el poder. No en vano el presidente-candidato ha insistido varias veces en que “nunca antes habíamos estado tan cerca de la paz”.

 

La paz es un bien muy preciado porque daría al país la oportunidad de reconstruir parte del sector agrícola y construir el del turismo, pero dudo que ese crecimiento sea del 7% anual como insinuó el Ministro de Hacienda hace poco, los costos del conflicto disminuyeron drásticamente entre 2002 y 2010 y ya han sido internalizados por los agentes. Algunos ejercicios indican que el crecimiento económico estaría alrededor del 7% con el entusiasmo del primer y segundo año, para luego estabilizaría sobre el 5%. Colombia no tiene las condiciones de productividad para crecer sostenidamente a más del 7%. La paz es necesaria, pero no suficiente.

 

Las potenciales ventajas económicas de la paz deben medirse en reducción de muertes, extorsión, reducirse a cero el reclutamiento y los desplazados, si esto no pasa nos daremos cuenta, quizá tarde, que el problema no era las FARC. En cualquier caso la paz no puede ser una carta en blanco para que el Gobierno –con el cuento de la Unidad Nacional– la negocie a toda costa. La paz que el país requiere es con verdad, justicia y reparación de víctimas. Colombia desde sus montañas ha sido humillada y sitiada por todos los grupos al margen de la ley, el país –en nombre de los miles de muertos– y las nuevas generaciones merece una paz digna, y ésta no se consigue a cualquier precio.

 

 

@jhbarrientos

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