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La economía capitalista y neoliberal ha traído consigo una serie de dificultades que al día de hoy han sido imposible de suprimir de nuestros modos de vivir, convivir y cooperar; las recientes y cada vez más cercanas crisis en donde el Estado después de haber sido arrastrado al olvido, es llamado a socializar las pérdidas y ser el principal inversor de rescate con los recursos públicos que fueron recolectados de aquel ejército de trabajadores quienes padecen de manera indirecta las consecuencias de aquellas prácticas cortoplacistas, de maximización al accionista y de apropiación del móvil político que deja de trabajar para la conciliación y pasa a elegir ganadores en una correlación de impares (lobby); estrategias que socavan sobre la seguridad de desarrollo y crecimiento real y terminan por llevar al sistema al colapso inminente.

Esta ha sido una cuestión que ha estremecido a la academia en todas sus artes, desde la sociología hasta la economía, por lo que se han desarrollado diversos métodos de usurpación de la idea de la economía a ese creído único marco posible, ese es el caso de la economía de la solidaridad.

La economía de la solidaridad se presenta como una alternativa cargada de valores y reconocimientos de las adversidades y debilidades que posee el sistema hegemónico bajo la concepción de que este de manera exógena ha agravado problemas sociales, económicos y políticos; y endógena en la creación de métodos de acumulación poco eficientes, degenerativos en materia social y económica.

“La economía solidaria es una forma diferente de producir, vender, comprar e intercambiar lo que es necesario para vivir. Sin explotar a nadie, sin querer llevar ventaja, sin destruir el medioambiente. Cooperando, fortaleciendo el grupo, sin patrón ni empleado, cada uno pensando en el bien de todos y no en su propio bien” (SENAES, Economía Solidaria. Outra economía acontece, Brasil, folleto institucional de divulgación).

La economía con énfasis solidario le apuesta al crecimiento y desarrollo humano en términos locales y regionales, como también en que estas estrategias económicas deben de estar transversalizadas e intrínsecamente acompañadas del intento de solucionar o alivianar las cargas de la pobreza, la inseguridad alimentaria, el hambre y la informalidad.

Esta alternativa ha tenido mayores impactos en las regiones de Latino América especialmente en Brasil en donde se desarrolla “El foro brasilero de economía solidaria”, y de la manera regional con la creación de entidades no gubernamentales como la Red de investigadores latinoamericanos en economía social y solidaria; todos estos vínculos de la sociedad civil con el progreso en reformas económicas en la plaza pública han tenido ciertas aprietos, pues la idea de abandonar el esquema hegemónico cimentado, por ejemplo, en vulneración de la casa común y producción inconsciente, reemplazándose así por la creación de cooperativas locales-regionales y fortalecimiento participativo no ha tenido gran reconocimiento ni acogida.

Latinoamérica si bien no ha sido el país epicentro de las crisis ni ha tenido las concentraciones de producción a escala ha sido la región con mayores impactos de desestabilización económica y desastres medioambientales gracias a nuestra riqueza ambiental como lo es el Amazonas, la gran esponja de dióxido de carbono por lo que apropiarnos de la economía solidaria, eliminando o escatimando así en los lazos diseñados con los países creadores de las crisis sería una estrategia de amortiguamiento de estas escalonadas financieras, dar lugar al desarrollo autónomo y regional en cuestiones como lo es la seguridad alimentaria, en donde incluso la FAO nos incluye entre los principales países que apoyarían el desabastecimiento alimenticio desembocaría y encauzaría la economía y al país a un nuevo horizonte de oportunidades e independencias.

La economía solidaria no es solo una reacción ante los fallos evidentes del capitalismo neoliberal, sino una respuesta con valores, centrada en el ser humano y en la comunidad. La perspectiva solidaria, basada en la cooperación y la mutua ayuda, resalta la importancia del bienestar colectivo por encima de la ganancia individual. En un continente como Latinoamérica, rico en diversidad y recursos pero también marcado por desigualdades y desafíos medioambientales, es esencial repensar los modelos económicos que guían nuestras acciones. Mientras las crisis económicas y ambientales sacuden al mundo, Latinoamérica tiene la oportunidad de liderar un camino alternativo, en el que la economía no solo se mide por el PIB, sino también por la equidad, la sostenibilidad y la dignidad humana. La economía solidaria, con su énfasis en lo local, lo colectivo y lo sostenible, puede ser la brújula que guíe a la región hacia un futuro más justo y resiliente.

 

Juan David Lasso Gómez

Estudiante Facultad de Economía- Universidad Santo Tomás

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