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La basura es como la corrupción, como la maldad: si no se detiene a tiempo y de una forma contundente, se propagará sin clemencia. Es todo lo contrario a la bondad, a las buenas acciones: no están en la naturaleza fácil del ser humano. Requieren un proceso de pedagogía, de convicción, de metódica aplicación de las sanciones y los reconocimientos.

Pienso en todo eso mientras veo la bolsa de basura en la canastica frente al lugar donde vivo. La sacamos la noche anterior, como lo veníamos haciendo desde hacía cuatro años. Porque el camión de la basura –-“la basura”, como paradójicamente se llama al carrito que la recoge y promueve la limpieza–, pasaba todas las noches de lunes, miércoles y viernes. Y el camión del reciclaje –“la recicla”, como la llaman aquí, con su música monótona e inevitable–, pasaba todos los martes. Y la una y la otra cobran por las nubes. Pero pasan…

Hoy no ha pasado nada. Ni aquí ni en muchos otros sectores de esta capital desordenada, en la que diariamente los ciudadanos indisciplinados que somos, producimos un número indeterminado de basura (comencemos el conteo en 7.000 toneladas, aunque por ahí pasamos hace rato). Es decir, no ha pasado la basura. Ni pasará “la recicla”. Las bolsas de basura se quedarán en la calle –de hecho ya están a lado y lado, saqueadas por quienes se denominan, también paradójicamente, “los recicladores”–, abiertas y tiradas en un reguero de peste. Adobada con la mierda de nuestros queridos perros, que eufemísticamente llamamos “popis”, y que tampoco recogemos.

Para colmo, otra paradoja, es Navidad. Esta época feliz es la apoteosis de la basura. Botamos de todo. Papeles y empaques de regalo a la lata. Y escombros. Esos que luego de hacer una reforma en el hogar, con la prima y para recibir el año nuevo, o botar un sofá o un colchón devastado, entregamos a “los zorreros”. Y otra paradoja, les pagamos a “los zorreros” porque se los lleven de nuestro predio. Para que los vayan a botar debajo de un puente, a orillas de un humedal, en cualquier calle, a pocos metros de donde lo tomaron. Barrer para afuera.

Todas esas cosas de sentido común, de conocimiento elemental en quienes sacamos la basura y vivimos cada día en esta ciudad de masas, había que tenerlas en cuenta para implementar el nuevo plan de recolección de basuras de la alcaldía (otra paradoja: ¿hay de verdad, un plan?).

Había que apoyar la buena idea del reciclaje en la fuente, el buen sentido de comenzar a detener esa desidia general que nos impide apropiarnos del cuidado de este agonizante planeta, con unas medidas para que la basura no se quede un día sin recoger. Porque eso no puede pasar. Miren las experiencias de ciudades que han tenido paro en los servicios de recolección de basuras.

No se puede salir a decir, que “sabíamos que eso iba a pasar”. Mucho menos, que los enemigos de Petro iban a botar basura al amanecer para que fracasara su idea. Ni mucho mucho menos admitir, que estaba “planeado” no recoger la basura los primeros días.

El alcalde dice que a “los privados”, con los que está negociando, no se les dio la gana de recoger anoche la basura. Otra paradoja.

La basura es como la corrupción, como la maldad: si no se detiene a tiempo y de una forma contundente, se propagará sin clemencia. Es todo lo contrario a la bondad, a las buenas acciones: no están en la naturaleza fácil del ser humano. Requieren un proceso de pedagogía, de convicción, de metódica aplicación de las sanciones y los reconocimientos.

Pienso en todo eso mientras veo la bolsa de basura en la canastica frente al lugar donde vivo. La basura es como la audiencia de “El sueño de las escalinatas”: crece, crece…

¿Por qué nos somete a esto, señor alcalde?

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