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Paula Andrea García Castelblanco – investigadora junior RADDAR CKG.

El desarrollo de nuevas tecnologías ha permitido la difusión masiva de información a nivel mundial haciendo que cada vez más personas, al estar interconectadas, participen en el debate público respecto a problemáticas que nos atañen a todos como la defensa de la libertad, igualdad, la vida, el medioambiente o cualquiera que sea la bandera por la que ciberusuario desee abogar a través de sus redes y espacios de comunicación.

Sin embargo, lo que a simple vista podría leerse como una ventaja en materia de acceso y difusión de la información, se ha visto permeado y transformado en una desventaja en donde el consumidor de dicha información se encuentra en una situación en la que parece que “pesca en rio revuelto”, es decir, el exceso de “Fake News” publicadas y a disposición, que se entremezclan con datos reales coartando el derecho a la información de millones de personas que acuden a las redes sociales y demás páginas web en busca de argumentos que les permitan realizar un ejercicio de ponderación objetiva ante la toma de una decisión relevante en sus vidas.

Esta es una problemática que se suele agudizar durante los periodos más álgidos de las contiendas electorales, en los que el marketing político acapara los espacios de deliberación en redes sociales y medios de comunicación y de los cuales tanto candidatos y estructuras políticas como ciudadanos formamos parte, pero, que cada vez distan más de ser fuentes confiables para acudir en la búsqueda de ideas, razones o información necesaria para participar en política.

Podríamos, entonces, por un lado señalar a las redes, a los mismos candidatos, a las instituciones y a los medios de comunicación a la hora de buscar un culpable, pero, en ese sentido, si todos formamos parte de ese universo también hay un grado de responsabilidad de nosotros los ciudadanos como consumidores y replicadores de esa información que no filtramos, que no verificamos, que damos por sentada o que simplemente tomamos como verdadera porque encaja con las tendencias y, por ende, nos permite ser aprobados por la comunidad virtual que nos rodea.

Sin embargo, el trasfondo de este comportamiento, que pareciera haber tomado tanta fuerza que ha sido normalizado en las dinámicas sociales, se puede traducir en una falta de formación, de criterio y de análisis de las implicaciones que conlleva la falta de conciencia y el irrespeto por la voz propia y por la de los demás.

Nos encontramos como cada cuatro años ante la oportunidad de refrescar el rumbo de nuestro país y, otra vez, como cada cuatro años parece que no nos lo estamos tomando en serio. Exigimos cambios por parte de quieres ejercen un papel representativo de la sociedad, de quienes en la esfera pública son designados para tomar las decisiones pertinentes en búsqueda del bien común, pero omitimos que, si bien esa es su responsabilidad, la nuestra es ponerlos en esa posición y, en ese sentido, cabría preguntarse qué tan consientes somos de nuestro rol en el ejercicio democrático.

La participación política de los miembros de una sociedad va más allá de escuchar a los candidatos, tomar partido y depositar un voto en las urnas. Exige un ejercicio reflexivo, honesto y deliberativo antes, durante y después de la contienda electoral, el cual nos exige ser objetivos, informarnos, preguntar, contraponer y forjar un criterio que nos permita discernir la elección que en ese marco realizamos.

Exige un respeto por el otro y, así pues, la responsabilidad de contribuir en la formación de la sociedad en su conjunto en herramientas que le permitan realizar un análisis crítico de los candidatos, las propuestas y las decisiones que se toman en lo público y que nos afectan a todos. Pero dicha responsabilidad es esquivada por los mismos ciudadanos que exigen un mejor país, un mejor trabajo por parte de los políticos y del sector público en general; cómo encontrar los candidatos idóneos en una sociedad desinformada, que elige estar desinformada y generar desinformación a través de plataformas y redes sociales que viralizan datos falsos consumidos por quienes, ante la masificación de las “Fake News”, terminan cayendo en la trampa del confunde y reinaras.

Hemos decidido por sí mismos ponernos vendas entre todos y vulnerarnos nuestro derecho a forjar un criterio basado en la búsqueda de la verdad. Lo que podría haber sido un escenario virtual de deliberación democrática justa, se ha convertido en un enjambre de mentiras e irrespeto del cual todos participamos. Luego, nos enfrentamos ante la realidad y no somos capaces de señalarnos como responsables de la pobreza, de la injusticia, de la polarización y del odio que nos impide consolidar una identidad nacional, que nos impide crecer, que nos impide ser una sociedad fuerte.

Sí, podemos y debemos estar inconformes con las decisiones de la clase política colombiana, pero también, podemos y debemos ser capaces de exigirnos como consumidores políticos filtrar la información que consumimos y ser conscientes de la información que compartimos. Debemos exigirnos, como parte de un todo, estar enterados de la coyuntura nacional e internacional, forjar un criterio propio, ir contracorriente y defender el derecho que tenemos a votar bien informados.

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