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hadler@stanfordalumni.org

No alcanzaron a terminar el anuncio sobre la situación económica muy favorable en los Estados Unidos, cuando se produjo un derrumbe mundial en los mercados de acciones.

Es una muestra más de esa extraña relación entre la economía y el mercado de acciones.

Tan pronto trascendió que los asalariados podrían disfrutar de un mayor poder compra, apareció el fantasma de la inflación. Y como la función primaria de la Reserva Federal, aún por encima de las consideraciones de empleo, es controlarla, se reforzó la idea que en algún momento habrá de echar mano a la herramienta con que cuenta, es decir, aumentar el número de alzas esperadas de su tasa de referencia.

El mercado de bonos anticipa todas las consecuencias posibles, y ajusta de una las tasas. En ese momento, factores sicológicos, y los computadores, previamente programados, se hacen cargo. A corto plazo, nadie tiene ni idea de lo que puede ocurrir.

Cuando se piensa en aumentos en las tasas de interés, lo primero que viene a la mente son los malos recuerdos de 1994, cuando la Reserva Federal salió al rescate, una vez más, del sistema financiero. En esa ocasión fueron las corporaciones de ahorro y vivienda, sumidas en una crisis debido a políticas laxas de crédito.

En efecto, y en medio de varios años de una de política expansiva, procedió a aumentarlas sin ningún tipo de aviso, repitiendo la dosis en siete ocasiones durante el transcurso del año. Como era de esperarse, el efecto fue devastador para la renta fija.

Pero aún bajo esa coyuntura, la curva de intereses no se invirtió, ni se produjo una recesión, como suele ocurrir en esos casos. Y el daño para las acciones resultó muy limitado, con una caída de apenas 5.9%. Inclusive, el año terminó con una pequeña subida, prolongando su gran marcha alcista, hasta el fin de la década.

La incertidumbre de hoy en día: ¿Cuántas veces la van a aumentar? ¿Y en qué cantidad?

Es cierto que las empresas verán sus costos financieros afectados. Y que la renta fija puede resultar una alternativa más atractiva. Y de acuerdo con la teoría económica, manteniendo todas las demás variables constantes, el valor presente de un flujo de caja va en contravía con las tasas de interés.

En el caso de la renta fija, el efecto es muy claro: los mayores intereses que ofrecen los nuevos productos hacen que los ya existentes se desvaloricen.

Pero el problema en el caso de las acciones es que esas otras variables no permanecen constantes. Además de la inflación, factores como tasas de cambio, estado del ciclo económico, nivel de valorización, el sector al cual pertenecen, interactúan entre ellas. Todo esto complicado por el hecho que la política monetaria es quien ha venido alimentando en buena parte los precios.

Afortunadamente para el inversionista de largo plazo, se han publicado algunos estudios que muestran como el aumento en las tasas, por sí solo, no es un factor determinante para deshacer un buen portafolio.

En una nota que publiqué en Portafolio en octubre del 2016 (http://www.portafolio.co/opinion/harry-adler/el-efecto-del-aumento-en-los-intereses-sobre-las-acciones-501059), tuve la oportunidad de mencionar dos de ellos.

En el primer estudio, publicado en el 2013, el señor Rob Brown, Director de Inversiones de la firma “United Capital,” identificó los treinta periodos de diez meses con las mayores alzas en las tasas de interés, a partir de 1865. Encontró que el índice S&P 500 tuvo un rendimiento promedio de 7.9% durante esos periodos, con retornos positivos 80% de las veces.

Al repetir el estudio con datos a partir de 1919, sus resultados fueron aún más contundentes: durante los 16 periodos que identificó, el retorno promedio fue de 11.5%, con 81% de resultados positivos.

Y el analista financiero y reconocido bloguero, Ben Carlson, investigó el tema a partir de 1957, año de la creación del índice S&P 500. Identificó 14 periodos cuando se produjeron alzas en las tasas de interés, que oscilaron entre unos meses y cuatro años. Medido entre el inicio y el final de cada proceso, el retorno promedio fue de 9.6%, muy similar al retorno promedio del índice durante la totalidad del periodo (10.1%). Solo en dos ocasiones se produjeron retornos negativos.

Y, para mayor tranquilidad, los bancos centrales tienen la lección bien aprendida en el sentido que no deben elevar las tasas muy rápido, ni deben llevarlas a niveles demasiado altos. Y que deben suministrar la información con la mayor transparencia posible.

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