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hadler@stanfordalumni.org

En una entrega reciente, vimos como no alcanzaban de anunciar una situación económica muy favorable en los Estados Unidos, cuando se produjo un derrumbe mundial en los mercados de acciones.

Pero la relación disfuncional entre la economía y las acciones no se detiene ahí.

En efecto, en una nota en Portafolio con fecha de abril del 2016, anotaba que es común escuchar sobre inversionistas profesionales apoyándose en cifras de crecimiento económico para establecer la composición de sus portafolios.

E igualmente, que no se alcanzan a publicar cifras halagüeñas sobre el crecimiento del producto interno bruto, cuando los medios ya están destilando entusiasmo sobre las excelentes perspectivas para el mercado de acciones.

Recordaba que el fondo “iShares MSCI Brazil Capped” (EWZ) tuvo un rendimiento de 64% en el 2016, a pesar de los innumerables problemas políticos y económicos que ese país venía afrontando.

Y cómo el mercado de acciones en los Estados Unidos se mantenía por ese entonces alcanzando niveles históricos máximos, en medio de los vientos deflacionarios que venían soplando desde varios años atrás en las diversas grandes economías.

Pero, y en contravía con lo que tradicionalmente se piensa, importantes estudios han demostrado que un crecimiento económico no constituye un indicador válido para proyectar los rendimientos de ese mercado.

En efecto, en su libro “Triunfo de los Optimistas: 101 Años de Retornos de las Inversiones Globales,’ los profesores Elroy Dimson, Paul Marsh y Mike Staunton, de la “London Business School,” publicaron un completo estudio sobre el comportamiento de los mercados financieros entre 1900 y 2009, que involucró inicialmente 16 países durante esos 110 años. Para muchos, son los más importantes estudiosos del tema, y sus investigaciones se han mantenido vigentes mediante publicaciones en colaboración con el banco Credit Suisse.

Compararon el crecimiento anual de los productos internos brutos per cápita, (según ellos, la mejor medida sobre qué tanto se está enriqueciendo la gente), con los retorno en los mercado de acciones que se lograrían durante una gama de periodos. Básicamente, no encontraron ninguna relación estadísticamente significativa entre esos dos elementos: “El 99% de la variabilidad en el retorno de las acciones está asociado con factores diferentes a cambios en el producto interno bruto, inclusive en periodos tan prolongados como diez años.”

Más aún, advierten, si algo se puede afirmar, es que el PIB constituye un indicador contrario, dado que se logran mayores retornos invirtiendo en aquellas economías que vienen mostrando los crecimientos más bajos.

En cuanto a proyecciones de corto plazo, afirman, “no existe fórmula alguna que permita tomar decisiones de inversión.”

A una conclusión similar llegó el profesor Jay Ritter, de la Universidad de Florida, otro especialista en el tema. En su estudio “Crecimiento Económico y Retorno de Acciones,” publicado en el 2004 y que incluyó 16 países entre los años 1900 y 2002, encontró una correlación negativa de -0.37% entre el retorno de las acciones y la tasa de crecimiento del producto interno bruto per cápita. Dichos países representaban cerca del 90% da la capitalización mundial al comienzo del periodo involucrado en su estudio.

Como las correlaciones suelen cambiar a través del tiempo, evaluó además los datos en 19 países desarrollados entre 1970 y 2002, y en 13 países emergentes entre 1988 y 2002. Las conclusiones fueron idénticas.

Pero como veremos en la segunda parte, es importante no sacar conclusiones erradas.

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